Tampoco fue para tanto. Algunos cambiaron dinero -en general aceptan euros, pero en bares y transportes es mejor funcionar con shekels, para que no te claven en el cambio-, otros tomaron un cafelito, otros paseamos por el aeropuerto... y finalmente todos juntos fuimos al bus, donde se nos presentó el guía, Leonardo, un argentino hebreo y cristiano, entrañable y sabio, dispuesto a darnos mucha más información de la que es capaz de recibir una persona que ha dormido tres horas y pico y en un avión.
Paramos a desayunar en un kibutz -nuestro primer contacto con el pan ácimo y el nocafé- y seguimos hacia el Norte por la costa mediterránea, rumbo a nuestra primera parada.
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