Un día de este puente, tal vez el viernes al atardecer, paseaba yo por unos jardines de Alcobendas cuando vi caer al suelo un pajarillo.
Lo observé, me agaché y lo recogí.
Me dan un poco de asco los pájaros, pero sé que somos compañeros en la captura de mosquitos y además tengo un instinto ecológico muy desarrollado, que me lleva a estremecerme ante el cambio climático, a desear un desarrollo sostenible especialmente fundado en las energías renovables y todas esas cosas.
Parecía muerto el pájaro, lo cual me generó una rápida preocupación por el tipo de contenedor de residuos al que debería arrojarlo en caso de deceso; pero fue rápida, porque enseguida se movió.
Al moverse, lo lancé suavemente al aire y realizó un ágil vuelo hasta un árbol cercano.
Me acerqué, le hice una foto. Nos despedimos y echó a volar.
Llevo tres días preguntándome si se trataba de un polluelo de urraca al que salvé y ayudé a salir adelante en su delictiva tarea de robar joyas, estropear nidos de perdices y comerse huevos y polluelos de montones de pájaros.
He pasado unos días apesadumbrado por los remordimientos. Ayer consulté a mi ornitólogo y le mostré la foto. Me dice que es sin duda alguna un ejemplar de papamoscas cerrojillo macho y que mi comportamiento fue impecable desde el punto de vista ciudadano y ecológico.
Ale.
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