domingo, 5 de febrero de 2017

Amigos




Los amigos son algo extraordinario.
Hoy he soñado que me moría y que gran cantidad de amigos iban a mi funeral: al final uno de ellos subía al atril y dedicaba unas sentidas palabras a recordar mis muchas virtudes. Mis amigos saben que odio esa parte de los funerales que se ha puesto tan de moda, especialmente en su formato "carta al más allá".
Pero los sueños, sueños son. No tengo previsto morirme, ni tengo encargado a nadie pasar lista en mi funeral; aunque ahora que lo pienso, tal vez deje algo dispuesto para que se contrate un gorila que disuada a los que intenten salir al atril para decir unas palabras al terminar el funeral.

A lo que iba: el otro día hablaba por teléfono con un amigo. Se le oía mal. Había un ruido de fondo muy raro, como una tormenta o una cisterna o una interferencia. Cuando ya dejé de entender lo que decía, le interrumpí y le dije que eso era insoportable, que colgase y le volvía a llamar.
—Vale, vale, despierto al perro (contestó).
—Qué pero ni que perro. Que digo que no te oigo porque hay un ruido, que vuelvo a llamar (cesó el ruido).
—Que ya lo sé, que el ruido eran los ronquidos de mi perro.
O sea: mi amigo tiene un perro que ronca como un humano. Y a gran volumen.

También tengo un amigo que ha abierto un bar de tapas junto al Metro Diego de León. Caña de Alhambra y tapa de solomillo, roquefort y cebolla caramelizada por 1,50 euros.

Tengo más.

Ah, las fotos no vienen muy a cuento, pero si no digo que la de arriba es de Venecia reviento.

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