Ayer estuve en casa de Salva y su encantadora familia.
Hizo paella y fidebua -unas tapitas, para probar- con caldo y tropezones de cocido. El resultado estaba mortíferamente mortífero, y creo que será capaz de copiarle llegado el momento; pero destaco en esta breve reseña el hecho de que Salva cocina con el libro de recetas abierto con descaro. Humildad de la que yo carezco.
Por cierto, hablando de humildad, llevo sin fumar desde el 4 de diciembre inclusive.
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