Aquellas palabras sembradas en medio de una sociedad asentada en la fuerza, en el poder, en la riqueza, en la violencia, en el atropello podían interpretarse como programa de una vileza y una abulia indignas del hombre. Y en cambio, eran el pregón de la nueva "civilización del amor" que surgía sobre la base de valores mal vistos y despreciados por la inteligencia obtusa del hombre, inclinado sólo a la tierra; pero que en los designios amorosos de Dios eran instrumentos de redención, de liberación y de salvación. Eran aquellos valores que descubrió San Pablo, estupefacto, San Pablo que había experimentado en su misma persona el método de Dios tan lejano de la lógica humana: “Eligió Dios la necedad del mundo para confundir a los sabios y eligió Dios la flaqueza del mundo para confundir a los fuertes; y lo plebeyo, el desecho del mundo, lo que no es nada, eligió Dios para destruir lo que es” (1 Cor 1, 27 ss.).
Los pobres, los afligidos, los manos, los misericordiosos, los artífices de paz pasaban a ser los destinatarios privilegiados del mensaje de Jesús y los beneficiarios de la gracia de Dios.”
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