Esta mañana he estado en IKEA. Largo sería contar cómo ha sido posible que pasase allí 154 minutos más de mi vida, cuando en su momento prometí que nunca regresaría a ese lugar. Me veo obligado a reconocer que los del Opus Dei también tenemos que pasar por estas pruebas de consumo global. En resumen, es difícil negarse a una hermana, y mi hermana ha insistido en que fuera con una de mis sobrinas a comprar una litera, colchones, edredones, almohadas, fundas, sábanas bajeras, una aceitera y una panera. Hemos cumplido el objetivo, y además, hemos sucumbido a ofertas de trapos de cocina, un juego de tupperwares de otra marca y un calzador para el abuelo, que hoy celebra su santo.
Ha sido horrible. No me siento con fuerzas de hacer consideraciones muy profundas de detalle. Sólo me atrevo a intuir que el Purgatorio tendrá un sistema de pasillos, esperas y embalajes sin duda semejante al de esta multinacional multibarata y multillena de personal.
Mi sobrina, sin embargo, muy maja como siempre, y el calzador, muy práctico.
2 comentarios:
A mi me encanta Ikea, aunque sólo voy una ó dos veces al año...Me encanta ver las cosas de decoración y tambien montar los muebles en casa. Pero lo que más me gusta de todo son los precios!
Mañana ya voy a trabajar un poquito.
Salu2.
para mí, los muebles del Ikea son... los que son bonitos, los encuentro en otro lugar más baratos... tampoco voy nunca... pero a mis amigos les encanta... lo que no puedo entender. Parece que todas las casas alemanas tuvieran sólo muebles de Ikea, tal vez por eso no me guste, porque no me gusta la uniformidad...
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