Vas a por setas con toda la buena intención. Madrugas. Te metes en el cuerpo más de doscientos kilómetros. Saltas al pinar con la cesta y la navaja, dispuesto a respirar aire puro, dar un paseito y, oye, si encuentras algo, pues a la cesta, y si no, pues a dar gracias a Dios por tan sublimes lugares... Y de repente ves a tus pies dos tallos descomunales de boletus edulis recién cortados y, claro, te llenas de crispación y de malos deseos hacia el prójimo, particularmente hacia el prójimo que ha pasado por allí media hora antes que tú. Soy de lo peor que hay, lo reconozco.
Te repones. Anda, tú: unas setitas de los caballeros, y parecen en su punto. A ver si no va a ser tan mala la zona.
Eh, eh, calma, calma: que parece que también hay níscalos por aquí que nadie ha visto.
...Y algo más que níscalos. Tremendo ejemplar.
Total, que unas horitas después, la cesta está llena.
Y hay tiempo de charlas con los compañeros de excursión alrededor de uno de esos locales de restauración local que debieran ser urgentemente declarados patrimonio de la Humanidad.
A modo de resumen. Dos docenitas de edulis.
"¿Dónde ocurrió todo esto?" podría preguntarse alguien, con la esperanza de que este numerario del Opus Dei, setero pero en el fondo buena persona, le dijese dónde ir a por buenos ejemplares. Y yo sin reparo de ninguna clase contesto claramente: en todo lo que es la parte de Castilla León.
2 comentarios:
¿Compartimos recetas?
Es para paliar la envidia...
Una super
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