Tienen algo de mágico las vías del tren. En principio debieran ser una forma más del perverso impacto ambiental con el que los humanos pisoteamos la naturaleza, y sin embargo es en parte como si gozasen de algún indulto, como si más que romper el paisaje formaran ya parte de él: no son como las autovías, ni los aeropuertos; forman parte más bien de la historia de la literatura, de los recuerdos de la infancia, de las tertulias de pueblo, de las pelis en blanco y negro, las radionovelas y los relatos de viajes, de despedidas y nostalgias. Incluso en la historia del Opus Dei tienen su capítulo encantador los viajes en tren, de viajes de San Josemaría para ver a unos y a otros desde Burgos, de estancias de domingo para dar círculos y comenzar a trabajar en otras ciudades cuando todos los del Opus Dei estaban en Madrid y Valencia y comenzaban la "expansión"...
En fin, que me sigo yendo por las ramas. He terminado mi primera vuelta a la última Encíclica; estoy fascinado. He desatascado alguna de las gestiones que conté el otro día que no me salían. He dado un lago paseo en este Madrid que ha llegado prematuramente a la primavera.
1 comentario:
Llego aquí vagando por la blogosfera.Interesante blog. entraré más veces esto del opus dei es polémico y ahora con el código da vinci más aún. Un saludo
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